Listas de espera "silenciosas"

 

Levante 26.12.2000

 

Alicia Meseguer Felip

Psicóloga Clínica

Sindicato de Médicos de Asistencia Pública (SIMAP)

 

Últimamente se vienen repitiendo cada vez con más frecuencia asesinatos, parricidios, episodios de violencia infantil y juvenil..., sucesos de diversa índole, pero siempre violentos, que nos encontramos como surgidos de la nada, y que nadie se explica. Se producen muertes y se destrozan vidas de la forma más absurda posible: porque sí, por sentir emociones nuevas o por demostrar de qué se es capaz. Y probablemente el problema no ha hecho más que empezar.

 

En el momento en que se produce un acontecimiento así provoca gran alarma social, y no es para menos, pero indefectiblemente, uno detrás de otro, acaban siendo encuadrados, de forma muchas veces burda y sensacionalista, dentro de explicaciones de tipo psicopatológico. Y ahí se acaba toda justificación: "es que sufría depresiones", "era un chico raro, sin amigos", "las nuevas amigas se la llevaban a sitios raros"... No se profundiza más en la cuestión, y lo que es más grave, nadie se plantea cómo pueden problemas psicopatológicos llegar a tal extremo, sin que se haya actuado antes. Es como si alguien muriera de cáncer sin haber sido visto nunca por un médico.

 

Aceptar que estos sucesos aparecen de la nada, sin ninguna posibilidad eficaz de prevención ni de intervención previa, supone asumir, entre otras cosas, que los servicios sanitarios no son capaces de detectar trastornos de una gravedad equiparable por ejemplo a un tumor de mama en situación avanzada.

 

Nuestros gestores dicen asumir la necesidad de empezar a resolver ciertos problemas endémicos de nuestros servicios sanitarios, que han clamado durante años por su solución. Una de las actuaciones más nombradas, y más auto-alabadas, ha sido reducir determinadas listas de espera, sobre todo quirúrgicas, aunque para ello ponen en marcha actuaciones del estilo de los conocidos planes de choque, que son muy cuestionables, dado que no resuelven los problemas de fondo.

 

Pero no se debe olvidar jamás que hay listas de espera de muchos tipos. Algunas de ellas pueden resultar muy ruidosas, porque aquéllos que se ven afectados, no sin razón, serán capaces de mover Roma con Santiago, de llamar a todas las puertas a su alcance durante el tiempo que haga falta, hasta conseguir que haya voluntad política para ponerles solución. Otras, en cambio, son más silenciosas...

 

La desatención crónica a la salud mental por parte de nuestro sistema sanitario ha generado el caso más flagrante de lista de espera silenciosa que uno pudiera llegar a imaginar. Son situaciones en las que se asume tanto el abandono, que ni siquiera llega a creerse que exista posibilidad de atención, ni que se tenga derecho a ella.

 

En problemas relacionados con trastornos de la personalidad y con dificultades en las relaciones sociales de quien actúa así, los que hubieran hecho la demanda de asistencia sanitaria, de haber sabido lo que les esperaba, (padres, hijos, amigos, conocidos) no llegan a darse cuenta de esa necesidad antes de morir. Los propios pacientes se pueden sentir las personas más desgraciadas, o las más originales, o las más especiales, porque nadie ve las cosas como ellos; pero en ningún caso entienden la posibilidad de ser ayudados de la forma adecuada, para resolver un problema que ellos no consideran que exista. Un psicópata nunca creerá que él tenga que solucionar nada.

 

Los que parece lógico que busquen esa ayuda son en muchos casos padres y madres que se consideran responsables de una educación que no ha dado los frutos deseados. Es muy frecuente que se sientan culpables de la situación, por lo que no reconocen su derecho a pedir ayuda, o bien no se atreven a pasar por la vergüenza de tener que reconocer su ineptitud, y siguen intentando arreglar lo que ya se les ha escapado de las manos. Peor aún, pueden acabar a veces responsabilizando a los hijos de cierta maldad intrínseca, heredada de cualquier oveja negra de la familia, cuya única solución es que los encierren y no hagan más daño.

 

Al final, todos ellos pasan a engrosar una lista de espera silenciosa y patética, dado que por no demandar, ni consideran estar en el derecho o la necesidad de hacer la demanda.

 

La Administración, de la misma forma que no puede pretender que determinadas listas de espera sean consecuencia de una excesiva demanda social, tampoco puede hacer caso omiso de un problema, y olvidarlo mientras no exista una demanda social que le fuerce a abordarlo. En ese momento es mucho más caro en todos los sentidos, incluido el coste de vidas humanas.

 

Paradójicamente, la sanidad pública, que debe dedicar esfuerzos importantes a reducir listas de espera, otras veces está obligada a fomentar que aparezcan. Hay sensibilizar a la sociedad para que se dé cuenta de que hay demandas que se pueden y se tienen que hacer. Si se hacen cuando empieza a detectarse el problema tenemos más posibilidades de ponerle solución, antes de que sea demasiado tarde. Y no se trata de generar alarma social gratuita, como la que se empieza a ver en casos de violencia doméstica, sino de actuar donde corresponde en el momento adecuado.

 

Debemos ser más conscientes de que no se pueden seguir dejando pasar el tiempo. No se trata de poner un parche de vez en cuando. No podemos escudarnos en que no existe una demanda social que justifique la actuación, para no poner una solución seria y profunda al problema de la salud mental. Para la asistencia sanitaria es un tema mucho más sangrante que el de determinadas listas de espera ruidosas. Es imperiosa la necesidad de reforzar y completar una red de recursos de salud mental, tanto asistenciales como preventivos y rehabilitadores, que en la Comunidad Valenciana dista mucho de alcanzar el nivel de la media nacional, que a su vez tampoco saldría nada airosa de la comparación con otros países.

 

En la situación en la que nos encontramos actualmente, queda mucho esfuerzo real por dedicar a este tema, esfuerzo más humano que económico, dado que los recursos de salud mental son en general bastante más económicos que otros con necesidades tecnológicas mucho más costosas. Los resultados no se puede pretender que sean inmediatos, pero una de las ventajas de nuestro sistema de salud público se supone que es que no necesita obtener un rendimiento inmediato de las inversiones que realiza. Afortunadamente puede planificar y plantearse su labor con cierta perspectiva de futuro, y no dedicarse a poner parches tardíos a listas de espera desbordadas, cosa a la que se nos tiene demasiado acostumbrados.

 

Valencia a 26 de Diciembre de 2000