Demanda sanitaria y listas de espera:

levante 30.6.2000

 

   Una de las falacias más extendidas entre los gestores de la sanidad pública (de cualquier partido) es la creencia en que la demanda de asistencia sanitaria por parte de la población es ilimitada. Esta falacia está basada en la aplicación inadecuada de un principio económico, el hecho de que si un bien escaso es gratuito, su demanda crece enormemente. Esto es cierto para muchos bienes escasos y deseables, pero no lo es desde luego para la demanda sanitaria; nadie de sea operarse de apendicitis ni hacerse una rectoscopia, salvo que sea estrictamente necesario.
 
 

El hecho de que los recursos económicos que una sociedad puede destinar al gasto sanitario sean limitados constituye sin duda un problema serio de gestión. Los directivos que deciden cómo se reparte el gasto sanitario tienen que tomar decisiones difíciles que afectan a la salud y a la vida de muchos ciudadanos, pero esa responsabilidad debe ser asumida con eficacia y coherencia.

 

    Sucede a menudo que los gestores limitan la oferta de servicios sanitarios excusándose en la falacia referida:”Como los recursos son limitados, y la asistencia sanitaria es un bien útil y deseable, la demanda siempre crecerá por encima de toda oferta de que podamos disponer”.

 

    La consecuencia de esta falacia es que las listas de espera son el precio inevitable del exceso de demanda. Esto es racionalmente falso. No existe un exceso de demanda, sino una oferta insuficiente, y a menudo mal gestionada. La demanda de asistencia sanitaria depende de factores culturales, educacionales y tecnológicos. En los Estados Unidos, la sanidad es mayoritariamente privada y mucho más cara que en el resto de los países y, sin embargo, la demanda de asistencia es muy superior a la española.

 

    El progreso de las sociedades y los avances tecnológicos hacen que la salud se valore más y mejor. Hace treinta años, casi nadie pensaba en controlarse la tensión arterial o en consumir productos bajos en colesterol, y muchas enfermedades se consideraban como algo inevitable (o tal vez había otros problemas más acuciantes que la salud). Los hospitales ya eran gratuitos, pero las urgencias estaban vacías.

 

     Las listas de espera no son inevitables. Reflejan una cierta insuficiencia de recursos sanitarios o una inadecuada gestión de los mismos. En ocasiones, se generan por la escasez de determinados especialistas, o por la imposibilidad de programar intervenciones en el período vacacional o por diversos motivos. Pensar que la población es insaciable y está siempre deseando acudir al médico y someterse a exploraciones e intervenciones quirúrgicas es, además de falso, ofensivo para los ciudadanos.

 

    Existe una segunda falacia, tal vez más perversa que la primera. Muchos gestores (de cualquier partido) consideran que el personal sanitario favorece las listas de espera de forma voluntaria y artificial para presionar a la Administración. Esta es la peor de las excusas: acusar al subordinado de la propia incapacidad del directivo. Es posible que existan algunas personas con intereses privados que se beneficien de la existencia de las demoras. Es incluso posible que algunos médicos  con consultas privadas vean con buenos ojos las listas de espera y no colaboren en su eliminación. Es obligación ineludible de la Administración pública detectar estas situaciones, sancionarlas y tomar las medidas preventivas necesarias para que no sucedan.

 

    La demanda de asistencia sanitaria crece de forma gradual conforme nuestra sociedad avanza y se desarrolla. Es misión de los gestores (de cualquier partido) conocer las necesidades sanitarias de la población y satisfacerlas de forma adecuada, con la suficiente inteligencia y flexibili